Un blues para la noche de tu muerte.

Parada de Autobús          (#1)

Para que el espanto gris
que se arrastra en las sombras
no tiente al placer que siente la noche
de rasgar tus pupilas
a la hora en que caminas desesperada
por la orilla del mar,
en el justo momento en que la luna
invita a los poetas al suicidio,
me detendré en esta parada de autobús,
a escribir junto a este perro negro que agoniza
los versos para el día de tu muerte.

Beso en la morgue     (#2)

Ayer vi tu fotografía en los diarios,
tus ojeras azules todavía colgaban
de los alambrados
junto a los últimos pájaros de la tarde.
El viejo de la morgue
no aguantó la tentación
de besarte los pechos
con aquel frío insoportable.
Aún tenías los ojos abiertos.
Aún tu mano se aferraba a su amuleto.
Y sobre la mesa tu cabello extendido,
donde quedaron atrapados
los vagabundos plateados insectos de la noche.

Bien morir          (#3)

Cuando la ciudad duerme
tú sales a caminar sin rumbo,
arrastras tus collares
que van marcando tu ruta,
el viento errático gime
y sacude tus trapos viejos.
Un gato negro tras de ti
ahuyenta a los espíritus
que pasan burlándose.
Las ratas de las alcantarillas
te han visto caminar con los ojos cerrados.
Un grito lejano
confirma tu sospecha,
hoy en día es difícil
hallar el lugar adecuado
para bien morir.

Gusanos     (#4)

Cuando eras niña
maltratabas a tus muñecas,
les vaciabas los ojos con una cuchara.
Ahora los gusanos de la muerte
han venido a vengarse.
Allí estás indefensa y rígida
siendo devorada en cada túnel
que se abre en tu cuerpo,
mientras el sepulturero
se aleja cojeando con sus herramientas.
Después de todo,
ni tus huesos, ni los gusanos,
quedarán entonces para ser testigos
de la última batalla
entre el bien y el mal.

Brazos Blancos                 (#5)

Hoy cayó un pájaro muerto
en la puerta del cementerio
cuando tu féretro
se abría paso entre la hierba crecida.
La tarde en estos días
es atravesada por sonidos de cuervos
que te echan de menos.
Ya no haces la siesta de las tres,
ni bajas al arroyo para que la luna
te descubra in fraganti desnuda,
balbuceando palabras en latín,
o
flotando con los brazos abiertos…
tus blancos arrugados brazos abiertos.

Grillos y Gallos                 (#6)

Los grillos de tu última noche
se quedaron callados
a la espera del ángel mensajero,
el que antecede a la muerte.
Ellos fueron tu única compañía
mientras agonizabas incrédula
con los ojos clavados en el techo.
Temprano cantaron los gallos
Y por fin te moriste.
Era un viernes 17 de febrero…
ese día no pasó nada más en el mundo.

Callejón               (#7)

Otra vez apareció tu cadáver
en el callejón.
Los labios azules bajo la lluvia,
en una mano apretabas
tu último recuerdo.
Algunos vagabundos
pasaron de lado.
Sólo el frío de la noche te cobijó
para que tu macabra sonrisa
no asustara a tus ángeles asesinos.

Sueño    (#8)

De tus ojos nunca se escapó una lágrima,
ni en tus labios jamás se asomó una sonrisa.
Tu piel fría y pálida duerme
colgando de los pómulos,
esas salientes óseas que jamás
supieron de besos ni caricias.
En la noche
un roedor camina travieso
husmeando sobre tu frente marchita.
Nunca tu sueño fue interrumpido
por tantas alimañas nocturnas,
esas que entran y salen apresuradas
entre tus labios azules.

Nacimiento        (#9)

La bestia no tiene nombre,
sólo una partida de nacimiento
de su primer aquelarre.
Vino al mundo en medio
de una tempestad,
entre gritos y conjuros.
Nadie atendió el parto a su madre.
Salió reptando del vientre,
resbalando en el frío de Enero.
Desde entonces fue criada
por el sepulturero,
quien le lleva flores el día de muertos
para que no se sienta sola
y piense que en las noches
de luna llena
alguien vendrá para retornarla
a su mundo de sombras.

Noche de Invierno           (#10)

Como cada viernes,
el murciélago dejó caer sobre tu cama
la fruta de tus pecados capitales.
Nada interrumpió a las arañas
en su tenebrosa misión decorativa.
Tu casa
inmensamente lúgubre
respira olores de pasados y abandono.
Los ojos diminutos del general
en el viejo cuadro de la sala
te siguen mirando,
como en aquella noche de invierno,
cuando perdiste la virginidad,
en brazos de tu padre, el sepulturero,
quien más tarde, te cargó con ternura
hasta tus aposentos.

Hoguera                             (#11)

Si la luna
que te obliga a recorrer
los caminos de la muerte,
te hubiera advertido
que regresaras antes del nuevo día,
hoy tus huesos
no habrían conocido el sabor de la hoguera,
y tus gritos no habrían espantado
a esa bandada de cuervos
que huyen al amanecer
para que no los atrape la noche.

Primogénito       (#12)

Cuando el sol se hunde
en la línea difusa del crepúsculo,
tú sales a buscar
en los caminos olvidados del mundo,
algún recién nacido indefenso,
para engullirlo hambrienta,
sin piedad.
Un primogénito que llora
bajo el zinc plateado de la noche
acelera tus pasos entre la maleza.
Y un lobo aúlla a la luna
cuando los huesos pequeños y frágiles
crujen en pedazos ante tu voracidad.
Después del silencio
te alejas con tus dos maldiciones,
celebrando feliz
el milagro de la vida
y de la muerte.

La puerta abierta             (#13)

Hay un recuerdo tuyo
en cada rincón del infierno,
de las épocas gloriosas que has sobrevivido,
y de tus tempranas muertes en la hoguera.
Te has guarecido vilmente debajo
de la sombra del tiempo.
Has tenido muchos nombres,
muchos rostros que nadie puede precisar.
Has vivido entre ricos y pobres,
entre criminales y emperadores,
y cada cien años has presenciado
en la distancia, la muerte de los inocentes.
Esta noche,
otra vez dejaste la puerta abierta,
te has puesto tus collares,
y te has sentado en la mecedora,
a la espera, impaciente,
de tu asesino que nunca llega…

Cruce de caminos            (#14)

Después de la medianoche
al volver de su paseo con el rey,
Slow-hand penetró al cuarto blanco
y escribió su profecía.
Por eso estoy ahora en este solitario y desierto
cruce de caminos,
donde el sol perpendicular calcina las piedras
y hace correr angustiados a los escorpiones.
Aquí junto al único árbol, bajo la única sombra,
veo llegar sobre el polvo del camino
la silueta reverberante de Mr. Robert Johnson,
en el mismo sitio donde pactó con el diablo.
Se acerca sin decir una palabra,
me mira, observa los alrededores,
extiende su mano y me entrega
un papel viejo y amarillento,
es su canción número treinta,
la última canción para la bestia.
Mientras se aleja en medio del viento feroz
leo los primeros versos
de este
blues para la noche de tu última muerte…

Un día   (#15)

A la bestia le ha nacido otro hijo
para cumplir sus dos maldiciones.
Ungido bajo la luna en el ritual del fuego
beberá la sangre de los condenados al exilio.
Crecerá entre sus falsos hermanos,
tendrá doncellas que lavarán sus pies
y su canto hará temblar
las columnas del templo.
Un día será emperador,
un día se vestirá de blanco,
un día pondrá de rodillas a los centuriones,
un día humillará a la servidumbre,
un día Sodoma y Gomorra le verán fornicar a su madre,
un día, su criado más fiel hundirá en su espalda
el frío cuchillo de la venganza.
… escrito está.

Dos maldiciones               (#16)

             I
A cualquier lugar que vayas
nunca te podrás deshacer
de tus dos antiguas maldiciones.
Las llevas clavadas en la espalda.
Nacer, morir y volver a nacer.
Morir, nacer y volver a morir
es tu primera maldición,
vigente desde tu expulsión
del reino de las sombras.
Caminas por el aire que se echa a perder
cuando la tierra se estremece con tus pasos,
nacer y morir, morir y nacer.
           II
Tu gris existencia se prolonga
si el mal sale entre tus dedos,
es tu segunda maldición.
Sin tus buenos oficios
el bien sería invisible, algo desapercibido
y el mundo moriría de aburrimiento.
Entonces, cada cuarto menguante
abandonas tus aposentos
y sales a cumplir tus designios,
asi ha acontecido,
desde que Luzbel en la puerta del infierno
clavó una daga en cada uno de tus ojos,
una negra…
una roja…

Año LXXIX   (#17) Septuagésimo noveno.

Aprisa corrías por las estrechas calles
agarrándote los trapos,
tus escorpiones venían detrás.
Buscabas a tu próxima víctima.
Un mendigo detuvo tus pasos
y volviste los ojos hacia él.
Miraste a todos lados antes de matarlo,
sólo alcanzaste a ver
una mancha de pájaros desorientados
que cruzaban el cielo.
Pusiste dos monedas en su mano extendida.
Entonces el Vesubio cubrió la ciudad
con su abrazo de fuego,
un grito desgarrador salió de tu garganta
anunciando tu vigésima muerte.

Has vuelto a la ciudad    (#18)

Has vuelto a la ciudad
con la ruina en tu rostro pálido.
Sólo pasaron dos siglos
de tu última ausencia.
Otra gente habita las barriadas,
otros miserables crecen en los burdeles,
otros pechos se abren a la sangre,
otras vírgenes se entregan a la noche,
y otros cuchillos se hunden en la nueva carne
de la gente,
de los miserables,
de los pechos,
de las vírgenes.
Y ahora,
cuando por fin nos amábamos
los unos a los otros,
tú regresas con tu maldad milenaria
para sembrar de odio
los blancos corazones de los inocentes.

Al César                             (#19)

El sumo sacerdote del reino
tiene una amante,
es una serpiente que encontró moribunda
al pié de un árbol del camino.
Le dio abrigo y alimento
para que al llegar a viejo
aquel reptil se encargara de él.
Así quedó escrito.
Ahora la bestia y la serpiente le acompañan
en los actos del palacio.
A la espera del final de sus días,
el sumo sacerdote reparte
un trozo de pan a los pobres,
envuelto con las indulgencias imperiales.
Ya su vejez le hace olvidar
hasta su nombre
y que a Dios lo que es de Dios
y que al César…
lo anda buscando Marco Bruto.

Algo acontece                  (#20)

Antes del aniversario
de tu última muerte,
ya habías vuelto a nacer.
Tu llanto infernal espantó a
todos los pájaros del mundo,
que volaron entre el caos y las sombras
que cubrieron aquel día.
Todo lo malo acontece
cuando brotas de las entrañas
del averno.
Por eso tu nacimiento es
motivo de lamentaciones.
Un día apareciste en brazos
de quien te sacó de un incendio,
o entre los escombros de tantos terremotos…
porque algo malo acontece
cuando tú emerges
entre los muertos.
En algún lugar empieza una guerra …

Donde   (#21)

¿Dónde duerme la bestia
cuando le sorprende la noche
fuera de casa?
Donde encienda el color de la noche,
Donde habite el dolor de la sangre.

El Cuadro                           (#22)

El cuadro de la bestia
se encuentra en todos los museos.
Sonríe recatadamente,
luce sus joyas y maleficios.
A diario la observan
decenas de ojos intrigados,
se parece a muchas personas.
Es la bestia disfrazada,
enigmática y misteriosa.
Permanece ahí en el cuadro,
no la veas a los ojos
si tienes un hijo
recién nacido primogénito.
No la veas a los ojos,
no la veas…
No.

Sacrificio         (#23)

La bestia camina
junto al sumo sacerdote
a degollar a los santos inocentes.
La angustia cubre
los pálidos rostros de los condenados.
Los cuchillos plateados
cortan el aire hasta llegar
al exaltado corazón de aquellos
que han negado arrodillarse.
La bestia besa el anillo
al sumo sacerdote
mientras sus sandalias
se tiñen de rojo
al paso de la sangre
que corre hasta el rebaño,
donde los corderos
voltean la vista hacia la luna.