Maté a un hombre.
La mañana del domingo, muy temprano, el tipo encendió su computadora, entró a su red social y escribió en su muro «maté a un hombre». Apagó luego la máquina y salió de su casa. No lo volvieron a ver. La alarma fue general entre los amigos de su lista cuando leyeron lo que había publicado. Le telefonearon, lo buscaron por todos lados y nada. Pensaron que había huido después de cometer el crimen. Pasaron los días, las semanas… y el mensaje seguía ahí en su muro, como un escrito en piedra. Mientras tanto, su cadáver empezaba a fragmentarse a merced de los peces, asido de la gran roca que sujetaba sus pies, mecido por las tranquilas aguas que pasan bajo el puente donde una tarde él le había jurado amor eterno.
JC / Diciembre / 2010