La picazón de Indalecio.
Indalecio despertó a eso de las dos de la mañana con una picazón terrible en sus partes nobles. Al lado derecho de la cama, Teresa su cuarentona mujer dormitaba con unos pequeños e indefensos ronquidos. Indalecio procedió entonces a hacer lo que es obligatorio en estos casos: rascarse. De inmediato experimentó el placer de tal acción. No obstante, entre más se rascaba más le picaba. Se dio cuenta que no estaba resolviendo nada aunque no paraba de hacerlo. Trató de ubicar bien el área comprometida para buscar que echarse allá abajo para aminorar la molestia. Era la parte de abajo de las bolsas testiculares, justo antes de la frontera que divide el cuerpo en la parte de adelante y la de atrás. Se levantó y fue al baño. ¡Nada! Revisó en un baúl y otros rincones. No halló nada. Regresó a la cama y observó que sobre la mesita de noche había un frasco de ZEPOL, el ungüento mentolado que se frotaba en el pecho en las noches de lluvia. No tenía otro palo en que ahorcarse. Voy de viaje pensó. Se acostó y abrió el frasco. Con el índice de su mano derecha extrajo suficiente ungüento mientras con la izquierda levantó el promontorio para aplicar lo que habría de acabar con su tormento. Aplicó aquello dando unos masajes en círculos y procurando cubrir el área de donde provenía aquella infernal picazón. Reposó su cabeza en la almohada y poco a poco fue sintiendo aquel frío intenso que le penetraba la ingle y subía al abdomen. Al inicio tuvo pánico, pero empezó a disfrutarlo cuando percibió una reducción de la picazón. Al rato se quedó dormido.
Con los primeros gallos Teresa despertó y observó sorprendida el miembro viril de su marido totalmente rígido y hasta un poco más grande de lo normal. Quiso aprovechar aquella circunstancia y subiendo sobre la humanidad de Indalecio procedió al ritual del sexo mañanero con subidas y bajadas que despertaron al desvelado marido. La pareja disfrutó como nunca esa fría madrugada con jadeos y suspiros casi agónicos entre la sinfonía de los pájaros del amanecer.
Ese día por la tarde, Indalecio se reunió con sus amigos de tragos, a los que contó la experiencia con el Zepol. Todos utilizaron aquel mágico ungüento durante meses y años. Indalecio sin embargo les hizo prometer que nunca hablarían de aquel milagro. Desde entonces, aquel remedio para la picazón es el secreto mejor guardado en todo Nagarote.
Juan Centeno