La Decisión
La Decisión
El hombre volvió a pedir diez monedas para la roconola.
El mesero se las llevó y las puso apiladas sobre la mesa con un gesto delicado. Tomó las diez monedas y tambaleándose fue a poner una vez más «Ya te olvidé» de la Dúrcal. Cuando volvió a la mesa su amigo protestó:
—¡Dejá de poner esa mierda! …
—Es que quiero que sepan que tomé la decisión de olvidar a esa ingrata…
Siguió bebiendo.
Media hora después hizo lo mismo. Así estuvo… y entre más la olvidaba… más se acordaba de ella.
Oct/2021
Que parezca accidente
Que parezca accidente
La mañana del domingo, muy temprano, el tipo encendió su computadora, entró a su red social y escribió en su muro «he matado a un hombre y parece accidente». Apagó luego la máquina y salió de su casa. No lo volvieron a ver. La alarma fue general entre los amigos de su lista cuando leyeron lo que había publicado. Le telefonearon, lo buscaron por todos lados y nada. Pensaron que había huido después de cometer el crimen anunciado. Pasaron los días, las semanas… y la frase seguía ahí en su muro, como un escrito en piedra. Mientras tanto, su cadáver empezaba a fragmentarse a merced de los peces, asido de la gran roca que sujetaba sus pies, mecido por las tranquilas aguas que pasan bajo el puente donde una tarde él le había jurado amor eterno.
Diciembre / 2010
La picazón de Indalecio.
La picazón de Indalecio.
Indalecio despertó a eso de las dos de la mañana con una picazón terrible en sus partes nobles. Al lado derecho de la cama, Teresa su cuarentona mujer dormitaba con unos pequeños e indefensos ronquidos. Indalecio procedió entonces a hacer lo que es obligatorio en estos casos: rascarse. De inmediato experimentó el placer de tal acción. No obstante, entre más se rascaba más le picaba. Se dio cuenta que no estaba resolviendo nada aunque no paraba de hacerlo. Trató de ubicar bien el área comprometida para buscar que echarse allá abajo para aminorar la molestia. Era la parte de abajo de las bolsas testiculares, justo antes de la frontera que divide el cuerpo en la parte de adelante y la de atrás. Se levantó y fue al baño. ¡Nada! Revisó en un baúl y otros rincones. No halló nada. Regresó a la cama y observó que sobre la mesita de noche había un frasco de ZEPOL, el ungüento mentolado que se frotaba en el pecho en las noches de lluvia. No tenía otro palo en que ahorcarse. Voy de viaje pensó. Se acostó y abrió el frasco. Con el índice de su mano derecha extrajo suficiente ungüento mientras con la izquierda levantó el promontorio para aplicar lo que habría de acabar con su tormento. Aplicó aquello dando unos masajes en círculos y procurando cubrir el área de donde provenía aquella infernal picazón. Reposó su cabeza en la almohada y poco a poco fue sintiendo aquel frío intenso que le penetraba la ingle y subía al abdomen. Al inicio tuvo pánico, pero empezó a disfrutarlo cuando percibió una reducción de la picazón. Al rato se quedó dormido.
Con los primeros gallos Teresa despertó y observó sorprendida el miembro viril de su marido totalmente rígido y hasta un poco más grande de lo normal. Quiso aprovechar aquella circunstancia y subiendo sobre la humanidad de Indalecio procedió al ritual del sexo mañanero con subidas y bajadas que despertaron al desvelado marido. La pareja disfrutó como nunca esa fría madrugada con jadeos y suspiros casi agónicos entre la sinfonía de los pájaros del amanecer.
Ese día por la tarde, Indalecio se reunió con sus amigos de tragos, a los que contó la experiencia con el Zepol. Todos utilizaron aquel mágico ungüento durante meses y años. Indalecio sin embargo les hizo prometer que nunca hablarían de aquel milagro. Desde entonces, aquel remedio para la picazón es el secreto mejor guardado en todo Nagarote.
Juan Centeno