Jack Percy y el misterio de las Coronas.

Jack Percy y el misterio de las Coronas

El autobús de la ruta urbana se acercaba a su última parada. Jack Percy refunfuñaba echando maldiciones al autor de aquel inesperado gas que había puesto en guardia a todos los pasajeros. La gente bajó del destartalado vehículo y continuaban lanzando todo tipo de insultos al anónimo causante de semejante barullo. Jack caminaba sin prisa, nadie lo esperaba en casa. Noelia, su amada asistente, se había marchado por unos días a casa de sus padres. Empezaba el atardecer en Ciudad Santiago y el calor del verano elevaba una pesada ola de vapor que empujaba a todo mundo a buscar como refrescarse. Jack Percy divisó el rótulo del billar que colgaba apenas de una de sus esquinas. Pensó que era oportuno tomarse un par de cervezas antes de ir a casa. Entró y pidió una Clásica pues decía que la Toña era para mujeres. Se acomodó en una banca y dio un largo sorbo. Observó que en una de las bancas del fondo estaba el Loco Chente, quien usaba una muleta por una secuela de la Polio que lo atacó de niño. Era un renco jodedor y mucho gritaba, su voz era ronca y rajada, se esforzaba para que lo entendieran. A veces contaba chistes y el mismo los celebraba riendo a carcajadas.

Jack Percy había terminado su cerveza cuando notó algo que llamó su atención: casi todos en el billar estaban tomando cerveza Corona. La misma cerveza dorada de México. Se levantó e hizo una rápida exploración. Un poco desconcertado preguntó al encargado del billar por el precio de las Coronas. ¡Treinta y cinco córdobas, igual que las Toñas! —respondió el muchacho.  Con el rostro iluminado Jack Percy pidió la suya de inmediato. Se volvió a sentar para saborearla mejor y la bebió con el primer sorbo. Pidió otra… entonces preguntó al encargado por qué esa cerveza extranjera estaba al mismo precio que las nacionales.

—No sé, a mi sólo me dijeron que las diera al mismo precio —dijo el muchacho mientras acomodaba las pelotas en el triángulo que formaba con sus brazos. Jack Percy se imaginó que estaría comenzando una campaña para hacer promoción a la cerveza mejicana. Más tarde pidió la quinta Corona y canceló la cuenta. Se encaminó a su vivienda buscando en su cabeza las más viables hipótesis sobre el precio de las Coronas. Ya en casa, buscó el plato de su gata Cindy y puso un poco de leche, entonces se tiró sobre la cama.

Eran las once de la mañana cuando unos golpes en la puerta despertaron a Jack. Después del estiramiento de rigor fue a abrir. Eran trabajadores de salud que andaban abatizando.  Los hizo pasar y buscó el celular para ver si había mensajes de algún informante. Nada. Su gata no está y asume que anda buscando comida en el vecindario. Los del Abate se retiran. Desde la pared, un viejo afiche de Pedro Infante le hace recordar el misterio del precio de las Coronas. Más tarde sale a caminar por la ciudad, está dispuesto a averiguar que pasa con la bendita cerveza. Se dirige a uno de los bares del centro de Ciudad Santiago. Pide una cerveza Corona y pregunta el precio.

—¡Vale ochenta córdobas señor! —le responde la joven mesera.

—Otra pregunta jovencita, ¿hay alguna promoción, descuento o rebaja de esta cerveza?

—No señor, ninguna que yo sepa… ¿se la traigo la Corona?

—¡Si claro que por supuesto! —le dijo Jack, y le pidió que encendiera el abanico que estaba en el techo. Volvió a sus pensamientos y a sus hipótesis. No había ninguna promoción, descartada esa teoría. La chica llegó con la cerveza y la puso lentamente sobre la mesa.  Para mejorar el sabor Jack le exprimió el trozo de limón que venía en el pico de la botella. Al primer sorbo se fue la mitad. Jack sacó su teléfono y llamó a su viejo amigo el periodista Orlando Chávez. Le preguntó si sabía de algún accidente de tránsito donde estuviera involucrado un camión de la cervecería. Cuando esos accidentes ocurren la gente suele llevarse los productos para consumirlos o revenderlos. Esa era su siguiente teoría. La respuesta del periodista fue negativa. Descartada esa teoría. Sacó su libreta y buscó la lista de sus hipótesis, pasó una raya sobre «Promoción de cerveza» y otra en «accidente de camión cervecero». La siguiente línea decía «contrabando por Honduras» así que buscó el número de un amigo de la aduana de El Guasaule para interrogarlo.

Así pasó la tarde buscando información. Todos sus intentos fueron en vano. No había contrabando, ni promociones, ni accidentes de camión cervecero… ¡Qué putas podría ser!

Con un gran sentimiento de frustración decidió regresar al billar para interrogar a los asiduos visitantes. Seguro que allí estaba la ansiada respuesta y su olfato de detective eso le indicaba. Cuando llegó ya había movimiento. Pasó directo y pidió una cerveza Corona. —¡Se acabaron! ¡Sólo Toñas hay! —le dijo el muchacho. Aceptó una a regañadientes y mientras caminaba por el salón buscaba a quien preguntar. El Loco Chente estaba al fondo y se dirigió a él. Le preguntó si quería una cerveza. El Loco aceptó y Jack le ordenó al coime una cerveza para su amigo.

—¡Que esté bien helada chavaló! —le gritó el Loco Chente.

Jack aprovechó para empezar el interrogatorio. Le explicó que había hecho las averiguaciones del caso y no había podido determinar la razón de por qué las cervezas Coronas estaban baratas en el billar, y que en los bares de la ciudad seguían manteniendo su alto precio. El renco puso cara de estar poniendo atención y se empinó la cerveza que llegó en ese momento. Luego preguntó a Jack:

—¿Entonces vos no te diste cuenta por qué estaban baratas?

—¡No! —contestó el detective.

—¿Y no le sentiste nada raro a las Coronas? —volvió a preguntar el renco.

—¡No…nada! —le dijo Jack sintiendo que estaba a punto de resolver el misterio. El Loco Chente agarró la muleta para ponerse de pie, dio otro sorbo y le volvió a preguntar:

—¿Y me podés decir que fecha es hoy?

—Si… —respondió Jack—. Hoy es ocho de abril de 2025.

El Loco Chente soltó una carcajada como de cien decibeles y parándose frente a Jack le gritó para que todos oyeran

¡Estaban vencidas! ¡Habían expirado en enero! Todos sabíamos, pero nos valió verga porque nunca habíamos tomado esa cerveza.

Y siguió riendo hasta el cansancio mientras Jack Percy abandonaba el billar. Antes de salir pagó su cerveza. Ya en la calle sacó su libreta y anotó: «Caso cerrado».

JCenteno/León/abril 2025.


UN CUENTO OSCURO

UN CUENTO OSCURO

… y vivieron felices para siempre.

FIN

Espero que hayas disfrutado ALEATORIUM. Te invito a dejar un comentario más abajo en esta página. 

JUAN


Suavecito, Richard Bean, Pablo Téllez, Leo Rosales and The Nicaraguan Connection.

SUAVECITO, Richard Bean, Pablo Téllez, Leo Rosales& The Nicaraguan connection

RICHARD BEAN

Richard Bean, joven músico escribió la canción Suavecito a finales de los 60, es una canción de amor. Bean la escribió cuando estaba en clase de álgebra en el instituto Mission de San Francisco. Influido por grupos de R&B de los años 60 como Smokey Robinson, Sam and Dave y Sam Cooke, se esforzaba por crear un clásico del soul. «Esa música tuvo una gran influencia en mi vida», afirma. Era finales de los 60 y creía que estaba enamorado. «De hecho, suspendí la clase de álgebra porque le escribía poemas», recuerda Bean riendo. Las cosas no funcionaron con la chica, pero su adoración dio lugar a un éxito para Malo, que alcanzó el número 18 en las listas Billboard en 1972. La canción siempre ha sido comparada por su estilo, ritmo y cadencia a la popular “Grooving” de The Young Rascals.

Jorge Santana recluta a Richard Bean para el grupo Malo, firman con una disquera y graban el tema a finales de 1971. Al año siguiente se hace el lanzamiento y aparecen como autores en la parte inferior del título: Richard Bean (este sale con su apellido original), Abel Zárate y el nica Pablo Téllez, bajista del grupo. Debo suponer que le hicieron arreglos y la mejoraron, por eso salen sus apellidos. Esto hace que la canción sea más propiedad del grupo Malo que de su autor Richard Bean. Una cosa que ocurrió y es realmente increíble es que, al día siguiente de haber grabado el tema en el estudio, con la voz de Richard Bean, este fue despedido por el manager del grupo (supuestamente por sus pocas habilidades en la percusión). Para efectos legales la canción pertenece al grupo y pueden hacer lo que quieran con ella.

Richard Bean de inmediato forma con otros amigos el grupo SAPO que no tuvo ningún impacto en América Central y se dedica a proyectos que no resultan exitosos.

Con el lanzamiento del primer LP de Malo, se necesita promover su principal éxito “Suavecito” y el mánager logra que vayan a un programa de televisión a promover el tema. Entonces surge la pregunta ¿Quién diablos va a cantar la canción si ya despedimos a Richard Bean, él hombre que la grabó? Por supuesto que no podían llamar a Bean para que hiciera el volado. Entonces le pasan la antorcha a uno de los timbaleros del grupo, aquí aparece en escena Leo Rosales. ¿Y quién es este personaje?

LEO ROSALES

Resulta ser que su padre era locutor de radio en la Radio Mundial (NICARAGUA) y su tío era músico en la década de 1940 en Nicaragua, país donde ambos desarrollaron sus carreras ligadas a la música durante largo tiempo. Sin embargo, sintieron que el país centroamericano no les ofrecía las oportunidades que estaban buscando para salir adelante y decidieron mudarse a San Francisco para establecer sus familias allá.

Es en San Francisco donde Leo nace, su padre decide retomar su oficio como locutor en la estación radial Coffee y su tío conoce músicos importantes que le ayudan a adaptarse al ambiente musical de ese lugar. Todo esto aunado a las numerosas fiestas familiares que se celebraran en casa de Leo con música latina fue despertando en el niño un enorme interés por todo este mundo.

Para el tiempo en el que Leo conoció a Jorge Santana, este dirigía el grupo Malo. Todo ocurrió cuando el joven tenía unos 17 o 18 años y el mismo amigo que lo llevó a ver tocar a Carlos Santana lo invitó a ver tocar a Jorge junto a su Grupo Malo. A petición del hermano del amigo, le dieron a Leo la oportunidad de tocar los timbales, los cuales aprendió a tocar en el género del Latin Rock gracias a haber escuchado a Santana por tanto tiempo.

Luego de haber tocado en varios lugares junto al grupo Malo y, al demostrar el alto nivel que tenía como músico, fue invitado por uno de los fundadores del grupo Arcelio García a ensayar junto al resto de los integrantes. Luego de muchas prácticas junto a ellos durante un tiempo, Leo pasó a ser miembro permanente de Malo y, poco tiempo después, comenzó a hacer giras con ellos por todo Estados Unidos.

Todas estas presentaciones consiguieron que el artista se hiciera mucho más profesional en su oficio y conociera a muchos músicos de gran prestigio.

Luego de haber estado durante un largo tiempo en el grupo Malo, las prioridades de algunos de sus integrantes fueron cambiando. Mientras Arcelio y Jorge continuaron con el proyecto de Malo, Leo y uno de los exguitarristas, Gabriel Manzo querían seguir tocando esa misma música, pero no querían seguir usando el nombre del grupo para no faltarle al respeto a quienes seguían allí y evitar problemas legales.

Es entonces cuando Leo conversó con Arcelio y Jorge para pedirles su opinión al respecto y quedaron en que no había ningún problema en que naciera un nuevo grupo, pero había que cambiarle el nombre. Por lo mismo, el percusionista y sus compañeros usaron uno de los temas de Malo de nombre Momotombo para referirse a la nueva banda que crearon. ‘‘Momotombo’’ es un tema escrito por el compositor Pablo Téllez (nica miembro de MALO) que homenajea al volcán nicaragüense cercano al pueblo del mismo nombre. Entonces, empezaron a referirse a sí mismos con el nombre ‘‘Momotombo with former members of Malo & Santana’’ para dejar claro de dónde vienen las raíces de sus integrantes. Esto fue hace muchos años. ‘‘Lo que buscamos es mantener viva la esencia de la música de Malo y Santana con el mismo cariño con el que lo hacíamos años atrás, pero sin irrespetar a los fundadores originales y quienes seguían allí. Al contrario, queremos homenajearlos y que la gente tenga bien claro de dónde venimos’’ dijo Leo, quien evidentemente guarda un gran respeto por Malo y sus fundadores, quienes le brindaron la oportunidad de su vida.

¿CUAL FUE ESA OPORTUNIDAD?

Regresemos al momento en que Malo está promoviendo su primer disco y están invitados a una presentación en vivo en la televisión de USA. ¿Quién diablos va a cantar Suavecito? Le preguntaron a Leo Rosales, quien era percusionista, si se sabía la canción… entonces vino el momento de brillar, el chavalo se rifó y aceptó matar ese gran chivo. Fueron a la TV y tocaron la popular canción, esta vez y para referencia de todo el mundo que vio el programa, en la voz e imagen de Leo Rosales. Así quedó grabado para la eternidad en la memoria de los que hemos visto ese video de 1972. Eso enterró por mucho tiempo a Richard Bean, creador del tema, quien hasta muchos años después hizo las paces con Malo (o lo que quedó del grupo) y han ido a giras para cantar Suavecito. Leo Rosales conoció la gloria por algo circunstancial que lo llevó a la fama, hizo carrera hasta caer en las drogas y logró levantarse de nuevo.

Hasta la muerte de Jorge Santana en 2020, todos los vinculados a la canción Suavecito habían estado activos tocando en festivales y en contacto con la comunidad latina quien conserva como un tesoro la canción de Richard Bean que hizo famoso a Leo Rosales. Hace varios años contacté a Leo Rosales por Facebook e intenté conversar con él sobre su historia y me dio a entender que no quería saber nada de Nicaragua.

NOTA: en aquella época los programas de televisión obligaban a los artistas a hacer playback y aunque algunos sí cantaban realmente, no sabemos si Leo cantó o hizo playback, no obstante ese video proyectó su imagen a nivel mundial.

Este escrito tiene varias fuentes provenientes de páginas web del mundo del entretenimiento, entrevistas, Wikipedia, blogs, etc.

Juan Centeno

León, Zaragoza Abbey Road 777 30/10/2024


EL SACO DE CHEMA

Chema en la presentación y defensa de su tesis

Chema la noche de su defensa. Observan Rosario Palma y Teresa Rivera.

Recepción de la defensa de Rafael Amador, con Chema y una funcionaria sueca.


Epílogo

Epílogo con Rocky

Rocky en la ventana


El sobrino de la Chola Ibarra

El sobrino de la Chola Ibarra

Antonio Granda Ibarra & Juan Centeno/ Venezuela 1985

Desde la web

La Chola Ibarra (foto original, recortada, Foto Cisneros)

La Chola Ibarra ataviada con un poco de tecnología


EL DESEMPATE

EL DESEMPATE

Mi hija IXA en los 80

Mi hija Ixa (actualmente)

Ixa Centeno

Poeta Alejandro Bravo


EL AFILADOR

EL AFILADOR

El Afilador (IA)

Billete de 50 centavos

Mano Negra (Darvis Zelaya)

Mano Negra disfrazado

Mano Negra disfrazado

CARTA AL RECTOR

León, Domingo 22 de Marzo de 1992.

Dr. Octavio Martínez O.

Rector UNAN León

S.D.

Estimado doctor:

El que le escribe estas líneas es Juan Centeno, actualmente director del Departamento de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Unan León, Coordinador del Proyecto de Investigación de Salud Ocupacional y contraparte ante el Department of Occupational Medicine en el Karolinska Institute de Suecia, y encargado de la cátedra de “Salud y Trabajo” que se imparte a los estudiantes de cuarto año que quieren ser médicos… y esto que le voy a contar es una de las cosas más impactantes que me han ocurrido en toda mi existencia que data desde hace 34 años 3 meses y 8 días.

El día viernes 20 de Marzo como a la una y media de la tarde viajé a Chinandega – en el vehículo que conseguimos a través del proyecto de Salud Ocupacional – a visitar la empresa GRACSA en compañía de mi conductor, amigo, secretario y guardaespalda, el señor Darvis Zelaya conocido como Mano Negra, quien refiere que jamás mató a guardia alguno en la guerra de liberación, “las balas eran las que los mataban…” nos contaba muy entusiasmado; también nos acompañaba la norteamericana Mary Erio, una Ingeniera e Higienista Industrial quien labora en solidaridad con Medicina Preventiva y con quien he estado visitando algunas fábricas para organizar un curso de capacitación para los técnicos en Higiene y Seguridad de las empresas.

Al finalizar la visita a Gracsa, el técnico de la empresa, con quien venimos trabajando desde 1990, me solicitó trasladarlo a León en nuestro viaje de regreso a lo que yo accedí, ya que él necesitaba ir al hospital escuela a indagar sobre un familiar que habían trasladado ese mismo día desde Chinandega. El viaje no tuvo contratiempos y una vez en León procedimos a dejar en la residencia Pierre Grosjean a nuestra amiga Mary.  Posteriormente ayudé al técnico a introducirse al hospital y ambos fuimos a ver a la pariente de mi amigo, éste más tarde me solicitó un aventón hacia la terminal de buses para enrumbarse a Chinandega, no sin antes insinuarnos que quería pagar una vieja deuda contraída con mi persona por lo que procedió a invitarnos una cervecita en el bar frente a la terminal. Aquí viene la mejor parte de esta historia.

Departíamos cordialmente hablando de los riesgos en el trabajo, de las acciones de Toño Lacayo en la empresa y de cosas que uno suele platicar en esas circunstancias, cuando se nos acercó un anciano que cargaba unos chereques, quien muy respetuosamente nos explicó que él procedía del norte y se ganaba la vida soldando pailas y cazuelas, pero que ese día no había ganado nada y solicitaba le brindáramos alguna ayuda. En esos momentos yo recordé que no llevaba mi cartera, ya que desde hace tiempo no la uso pues no tengo nada que echarle, pero me percaté que antes del viaje a Chinandega yo llevaba 50 centavos en la bolsa de la camisa. Esto le puede ser útil, pensé. Recordé que mi hijo con esa cantidad compra caramelos, chicles, sorpresas o meneítos, razón por la cual tomé el billete y se lo entregué al anciano al mismo tiempo que le aclaraba que eso era todo mi capital. El viejo muy parsimoniosamente tomó el billete y lo fue desenrollando con su mano derecha mientras con la otra sostenía la caja con los chereques. Al percatarse que se trataba de un billete de 50 centavos, su rostro adquirió un tono de frustración combinado con burla y mientras lanzaba mi capital sobre la mesa decía textualmente: “¿Qué voy a hacer con esto? ¡Guárdeselo que Usted los necesita más!”. El conductor quien era el que estaba más cerca del viejo dejó escapar una frase muy fuerte ante aquel desplante del que fui víctima, por lo que acto seguido, el viejo sacó entre sus chereques un pequeño machete del cual nunca dudé si estaba bien afilado. De los tres de la mesa el único que reaccionó de inmediato fue mi amigo el técnico de la fábrica, conocedor del arte del TAE-KWAN-DO, quien tomó una silla como arma y amenazó al viejo con vueltas y gritos, apresuradamente el viejo guardó su herramienta de trabajo y se retiró masticando frases impublicables, y se fue hacia otras mesas a solicitar ayuda económica más significativa que la que pudo ofrecerle este pobre catedrático de la universidad.

Más tarde, una vez pasado el susto, vinieron los comentarios. Yo experimentaba una sensación entre tristeza mezclada con infortunio, desamparo, pobreza… y tantas cosas que no se podrían explicar con palabras y que me han dejado reflexionando más profundamente sobre la triste situación económica que sobrellevamos los docentes de la universidad.

Para terminar, tomé la decisión de guardar el billete de 50 centavos porque a fin de cuentas el viejo miserable tenía razón pues realmente… yo los necesito más.

Nota: le cuento esta historia para hacerle partícipe de mis reflexiones y le adjunto fotocopia del susodicho billete, donde – qué casualidad – Don Francisco Hernández de Córdoba se nota más meditabundo que de costumbre.

Su amigo

Juan Centeno.


La Asistente

LA ASISTENTE

Noelia y Jack Percy

La gata Cindy