La asistente
Historias del detective JACK PERCY.
Son las 8:45 de la mañana del Domingo, un deseo incontenible de orinar me despierta, salto de la cama pues no pienso arruinar los últimos dos días de uso que le restan a mis calzoncillos Calvin Klein antes de echarlos a la lavadora. El sonido del chorro me termina de despertar, veo mucho desorden en el baño, toallas, calcetines, periódicos viejos, en fin, he debido estar muy ocupado para no arreglar estas cosas.
Un ruido en la cocina me saca de mis reflexiones. ¿Será que alguien ha forzado la puerta? ¿Un ladrón? ¿Alguna pasada de cuentas? Busco rápidamente la Makarov que me dejó de recuerdo el comisionado Cordero y me desplazo lentamente para sorprender al intruso. Deberían imaginarme, en pantuflas, en bata de dormir sin abotonar, en mis Calvin Klein y la Makarov en mi mano derecha, avanzando pegado a la pared. De pronto, el borde de la bata pasa arrastrando unas botellas de cervezas que quedaron de alguna celebración y el estruendo me delata. No pasa nada. Llego a la cocina y lo que veo es un tiradero de madre y señor mío. Sobre el comedor, Cindy mi gata, está lamiendo los platos donde alguna vez hubo restos de comida. Están todos casi limpios, los guardo en el compartimento de la alacena, le doy un poco de leche que quedaba en la refri y regreso a la cama.
A las 9 de la mañana mis cavilaciones me han llevado a una sola conclusión: Necesito una asistente. Pienso en Noelia, la chica delgada a quien conocí una tarde en un cafetín de la ciudad, extremadamente ordenada aunque fuma bastante. Creo que podría ayudar mucho.
Son las 11:15 de la mañana de otro domingo. Han pasado varias semanas desde el incidente con Cindy. Ahora mi despertar suele ser muy agradable como el de este día. Noelia se da vuelta, se sienta sobre mi abdomen y tira fuerte de mis orejas, lo primero que percibo es el olor a cigarro pero no importa, así debe oler la habitación de un detective que se respete. Abro lentamente mis ojos y veo su sonrisa mágica adornada por un camanance que es como su carta de presentación, y viéndome desde lo alto, sus traviesos ojitos dormilones, como los de la niña de la mochila azul. Al bajar la vista el paisaje se vuelve más seductor, sus pezones erectos me apuntan como blanco de sus intenciones. Así transcurre lo que queda de la mañana del domingo. No he tenido casos nuevos que resolver en varias semanas pero ¡Dios santo! esto si es la felicidad.
JCenteno
Domingo, abril 17/2016/ León, Abbey Road 777