EL AFILADOR
El Afilador (IA)
Billete de 50 centavos
Mano Negra (Darvis Zelaya)
Mano Negra disfrazado
Mano Negra disfrazado
CARTA AL RECTOR
León, Domingo 22 de Marzo de 1992.
Dr. Octavio Martínez O.
Rector UNAN León
S.D.
Estimado doctor:
El que le escribe estas líneas es Juan Centeno, actualmente director del Departamento de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Unan León, Coordinador del Proyecto de Investigación de Salud Ocupacional y contraparte ante el Department of Occupational Medicine en el Karolinska Institute de Suecia, y encargado de la cátedra de “Salud y Trabajo” que se imparte a los estudiantes de cuarto año que quieren ser médicos… y esto que le voy a contar es una de las cosas más impactantes que me han ocurrido en toda mi existencia que data desde hace 34 años 3 meses y 8 días.
El día viernes 20 de Marzo como a la una y media de la tarde viajé a Chinandega – en el vehículo que conseguimos a través del proyecto de Salud Ocupacional – a visitar la empresa GRACSA en compañía de mi conductor, amigo, secretario y guardaespalda, el señor Darvis Zelaya conocido como Mano Negra, quien refiere que jamás mató a guardia alguno en la guerra de liberación, “las balas eran las que los mataban…” nos contaba muy entusiasmado; también nos acompañaba la norteamericana Mary Erio, una Ingeniera e Higienista Industrial quien labora en solidaridad con Medicina Preventiva y con quien he estado visitando algunas fábricas para organizar un curso de capacitación para los técnicos en Higiene y Seguridad de las empresas.
Al finalizar la visita a Gracsa, el técnico de la empresa, con quien venimos trabajando desde 1990, me solicitó trasladarlo a León en nuestro viaje de regreso a lo que yo accedí, ya que él necesitaba ir al hospital escuela a indagar sobre un familiar que habían trasladado ese mismo día desde Chinandega. El viaje no tuvo contratiempos y una vez en León procedimos a dejar en la residencia Pierre Grosjean a nuestra amiga Mary. Posteriormente ayudé al técnico a introducirse al hospital y ambos fuimos a ver a la pariente de mi amigo, éste más tarde me solicitó un aventón hacia la terminal de buses para enrumbarse a Chinandega, no sin antes insinuarnos que quería pagar una vieja deuda contraída con mi persona por lo que procedió a invitarnos una cervecita en el bar frente a la terminal. Aquí viene la mejor parte de esta historia.
Departíamos cordialmente hablando de los riesgos en el trabajo, de las acciones de Toño Lacayo en la empresa y de cosas que uno suele platicar en esas circunstancias, cuando se nos acercó un anciano que cargaba unos chereques, quien muy respetuosamente nos explicó que él procedía del norte y se ganaba la vida soldando pailas y cazuelas, pero que ese día no había ganado nada y solicitaba le brindáramos alguna ayuda. En esos momentos yo recordé que no llevaba mi cartera, ya que desde hace tiempo no la uso pues no tengo nada que echarle, pero me percaté que antes del viaje a Chinandega yo llevaba 50 centavos en la bolsa de la camisa. Esto le puede ser útil, pensé. Recordé que mi hijo con esa cantidad compra caramelos, chicles, sorpresas o meneítos, razón por la cual tomé el billete y se lo entregué al anciano al mismo tiempo que le aclaraba que eso era todo mi capital. El viejo muy parsimoniosamente tomó el billete y lo fue desenrollando con su mano derecha mientras con la otra sostenía la caja con los chereques. Al percatarse que se trataba de un billete de 50 centavos, su rostro adquirió un tono de frustración combinado con burla y mientras lanzaba mi capital sobre la mesa decía textualmente: “¿Qué voy a hacer con esto? ¡Guárdeselo que Usted los necesita más!”. El conductor quien era el que estaba más cerca del viejo dejó escapar una frase muy fuerte ante aquel desplante del que fui víctima, por lo que acto seguido, el viejo sacó entre sus chereques un pequeño machete del cual nunca dudé si estaba bien afilado. De los tres de la mesa el único que reaccionó de inmediato fue mi amigo el técnico de la fábrica, conocedor del arte del TAE-KWAN-DO, quien tomó una silla como arma y amenazó al viejo con vueltas y gritos, apresuradamente el viejo guardó su herramienta de trabajo y se retiró masticando frases impublicables, y se fue hacia otras mesas a solicitar ayuda económica más significativa que la que pudo ofrecerle este pobre catedrático de la universidad.
Más tarde, una vez pasado el susto, vinieron los comentarios. Yo experimentaba una sensación entre tristeza mezclada con infortunio, desamparo, pobreza… y tantas cosas que no se podrían explicar con palabras y que me han dejado reflexionando más profundamente sobre la triste situación económica que sobrellevamos los docentes de la universidad.
Para terminar, tomé la decisión de guardar el billete de 50 centavos porque a fin de cuentas el viejo miserable tenía razón pues realmente… yo los necesito más.
Nota: le cuento esta historia para hacerle partícipe de mis reflexiones y le adjunto fotocopia del susodicho billete, donde – qué casualidad – Don Francisco Hernández de Córdoba se nota más meditabundo que de costumbre.
Su amigo
Juan Centeno.
¿Pero te subieron el salario o no?
A la Mano Negra la conocí una vez que íbamos con Mauricio Rayos para Managua a un evento cultural y él era el conductor de la camioneta. Mauricio me lo presentó y él extendiéndome la mano sonriente se presentó: «el diablo», mucho gusto.